La brillantez y el tipismo de la Fiesta de Candelaria culmina en la nocturna procesión. A lo largo de la playa, sobre la arena fina, junto a las ondulaciones de espuma conque el mar termina su vaivén incesante, desfila la abigarrada comitiva compuesta por los más heterogéneos elementos. Vista desde alguna de las azoteas del pueblo o desde el barrio alto de Santa Ana, la procesión ofrece un fantástico aspecto. Sobre el mar juegan, en polícromas lumbraradas, las candilejas de los fuegos artificiales y los rojos, verdes y amarillos intensos de las bengalas. En torno al trono de la virgen centenares de luces se destacan en las manos de los hombres y de las mujeres que van de promesa. Se oye un rumor de marcha religiosa ejecutada por una banda de pueblo. Cantos de clérigos, ecos de coplas, silbidos, “ajijides” y vítores constantes a la imagen milagrosa.
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