Ser guanche en la fiesta de Candelaria no es cosa de poca monta. Los guanches eran siempre del pueblo o de los pagos cercanos, y no todos podían aspirar a estos cargos honrosos. El rey guanche era un viejecito que venía desempeñando el cargo desde muy joven. Esta monarquía es también constitucional y hereditaria. Los guanches daban a la procesión el sello característico de isleñismo. Eran hombres altos en su mayoría e iban cubiertos de zaleas, en pleno mes de agosto, y portando una larga pértiga que les servía para dar fantásticos saltos sobre la arena. Sus silbidos se destacaban entre los cantos y las músicas y los rumores profundos del oleaje.
Los guanches, salvo alguno que lo hacía por promesa, cobraban su jornal. Y bien merecido que se lo tenían. Dos pesetas o medio duro percibía cada enzaleado por sus saltos, sus silbidos y su intervención en la ceremonia. Porque la ceremonia de los guanches es el espectáculo mejor de la fiesta.
Colaboración en textos cedidos Nijota. “Romerías tinerfeñas / Aspectos típicos de la fiesta de Candelaria”. La Prensa, miércoles 15 de agosto de 1934